El coche yacía destrozado contra el terraplén. El violento impacto había colapsado la carrocería, concentrando el daño mayormente en el lado del conductor. La escena era desoladora.
En cuestión de minutos, el estridente ulular de las sirenas rompió el silencio de la carretera. Los equipos de emergencia paramédicos y bomberos llegaron al lugar y comenzaron a evaluar la situación con una urgencia palpable.
—¡Tenemos dos víctimas atrapadas! —gritó el jefe de bomberos, su voz resonando sobre el motor de los vehículos de emergencia—. La conductora está aprisionada por el panel. El niño se encuentra en el asiento trasero, inconsciente. ¡Necesito la pinza hidráulica, rápido!
Un equipo se concentró inmediatamente en Max. Un paramédico se deslizó en el asiento trasero, evaluando al pequeño con rapidez profesional.
—El niño tiene un posible traumatismo craneal y una fractura de clavícula. ¡Collarín cervical de inmediato! ¡Y máscara de oxígeno! —ordenó el paramédico.
En el lado del conductor,