El silencio tenso del pasillo de la UCI fue destrozado por el sonido agudo y constante de la alarma en la habitación de Aurora. Un chillido electrónico, largo y desesperado, que indicaba el colapso de los signos vitales.
Los médicos y enfermeras, ya agotados, corrieron hacia la habitación, sus rostros contraídos por la urgencia.
En la sala de espera, el sonido de la alarma golpeó a Alexander como una descarga eléctrica. Se puso de pie de golpe, sus ojos desorbitados por el pánico.
—¡No! ¡No, Aurora! —gritó Alexander.
Mel comenzó a gritar desconsoladamente, mientras Richard la abrazaba, sintiendo el terror crecer en su propio pecho.
Alexander corrió hacia la puerta de la UCI, empujándola con todas sus fuerzas. Vio la escena: médicos trabajando con frenesí alrededor de la cama de Aurora, el monitor mostrando una línea plana, el sonido del beep de la máquina de ritmo cardiaco ahora era un tono continuo y aterrador.
—¡Señor King, no puede estar aquí! —exigió una enfermera, intentando inte