El sabor amargo de la justicia

La salida del juzgado fue un calvario de flashes y preguntas de reporteros que Alexander despachó con una mirada gélida. Una vez dentro de la camioneta blindada, el silencio se apoderó del espacio, roto únicamente por el sonido de la lluvia que comenzaba a golpear el techo del vehículo. Aurora miraba por la ventana, con el corazón encogido. Las palabras del juez Miller sobre la "revinculación" resonaban en su cabeza como una campana fúnebre.

—No puede ser, Alexander. No podemos permitir que ella se acerque a Max después de lo que pasó —dijo Aurora, su voz quebrándose al fin—. Si lo obligan a estar con ella en una habitación, aunque sea supervisado, Max va a colapsar. Mi niño no la ve como una madre, la ve como el monstruo bajo su cama.

Alexander golpeó el reposabrazos con el puño, su mandíbula tan tensa que le dolía.

—Robert está trabajando en una apelación inmediata para detener las visitas supervisadas. No voy a permitir que mi hijo pase un solo minuto a solas con esa mujer —respon
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