**LEONARDO**
El licor ardía en mi garganta, pero ni siquiera eso lograba calmar el torbellino de pensamientos que me consumían. Giré el vaso en mis manos, observando el remolino ámbar del whisky como si en él pudiera encontrar respuestas, aunque sabía que ninguna vendría de ahí.
El bar estaba casi vacío. Apenas un par de almas errantes ocupaban las mesas más apartadas, cada una sumida en su propio infierno personal. La tenue melodía de jazz que flotaba en el aire y el murmullo lejano de la televisión encendida sobre la barra eran el acompañamiento perfecto para alguien que solo quería perderse en su propia miseria.
—Bien hecho, Montenegro —murmuré con amargura antes de darle otro trago al whisky, sintiendo cómo el ardor descendía hasta mi estómago.
Andrea de seguro me odia. ¿Cómo no hacerlo? Todo explotó de la peor manera posible, con la prensa como testigo de un espectáculo que nunca debió salir a la luz. No así. No con los titulares destrozándola, no con la mirada herida que me dedi