**ANDREA**
—¿Ahora qué pasó? —murmuro, apretando el móvil con fuerza mientras las puertas del ascensor se abren frente a mí. Siento el frío del metal mezclarse con el calor repentino que me sube por la nuca. Ingreso, mis pasos suenan huecos, y justo antes de que las puertas se cierren, deslizo el dedo por la pantalla y contesto la llamada.
Lo primero que escucho es su voz, vibrante, cargada de emoción.
—¡Felicidades, Andrea! —exclama Isabel, casi gritando de alegría—. ¡Parece que el destino al fin está de tu lado! Tu queridísimo esposo decidió agilizar el trámite. Pronto serás… una mujer libre.
La palabra se clava en mí como una flecha silenciosa, sin dolor aparente, pero con una herida que se abre despacio. Resuena en mi mente, dando vueltas, golpeando contra los bordes de mis pensamientos como una campana rota.
No provoca júbilo, no hay una sonrisa formándose en mis labios ni un alivio recorriendo mi cuerpo. No hay paz.
Solo esta extraña sensación de vacío que se instala justo en el