**SANTIAGO**
El eco de los tacones retumbando en el pasillo sigue clavado en mis oídos, incluso cuando ya he cerrado la puerta del aula. El sonido parece burlarse de mí, como si no quisiera marcharse del todo. Me quedo de pie, inmóvil, con la vista fija en el umbral por donde ha desaparecido la señorita Natalia. No sé cuánto tiempo pasa. Tal vez unos segundos.
Hay algo en ella… algo que me descoloca. Que me desarma por dentro de una forma que no alcanzo a comprender del todo.
Su manera de mirar, de moverse… incluso ese gesto fugaz con el que se arregló el cabello detrás de la oreja. Es tan...
—Se parece mucho a mi Andrea —susurro, y apenas lo digo, siento que el corazón me da un vuelco.
Mi Andrea.
Ese pensamiento me traspasa como un puñal. El aire se vuelve denso en mis pulmones. Y de pronto, me sacudo. Miro el reloj con un movimiento brusco, y la realidad me golpea como una cachetada.
La imagen de ella, acostada, afiebrada, me acelera el pulso. Seguro fue por la maldita lluvia. Esa l