Los murmullos crecen como una tormenta inesperada, avanzan entre los pasillos como una ola incontenible. Los estudiantes no disimulan; algunos cuchichean tapándose la boca, otros miran de reojo con asombro y unos pocos, los más descarados, graban con sus móviles como si asistieran a una escena de teatro improvisado.
Siento el brazo de Santiago sujetándome con firmeza por la cintura, como si me perteneciera, como si siempre hubiera estado allí. Aún puedo sentir el calor de la palma de Leonardo en mi mano, pero él sigue inmóvil, mirándome como si se hubiera olvidado del mundo.
Entre el caos de susurros, una voz familiar se abre paso:
—¿Se puede saber qué está pasando? —Gracia aparece empujando con suavidad a los estudiantes, su rostro es una mezcla de sorpresa e incredulidad.
Antes de que pueda responder, Camila carraspea con elegancia, elevando ligeramente el mentón mientras toma del brazo a Leonardo. Su sonrisa no llega a los ojos.
—Amor, ¿por qué no sueltas la mano de Andrea?
Leonard