Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl auto de alquiler llega al campus designado. Aye desde el asiento trasero observa a su tío mirar a su alrededor con el ceño fruncido, luego desvía la mirada para ver a su tía Noe sonriendo por ese mismo ceño fruncido, suspirando decidir bajar del auto y no acotar nada para terminar con la mudanza antes que algún inconveniente.
—Este lugar está lleno de personas andantes como plagas —se queja Gaby llegando a la parte trasera del auto para quitar las valijas del baúl.
—Querrás decir chicos andantes —corrige Aye con diversión.
—No bromees o te regreso a casa —le advierte.
—No bromeo, es la verdad —se defiende ella—. Todavía no entiendo por qué no vino mamá.
—Porque ni loco la dejaba que te entrara a esta jungla —le contesta—. Tu mamá está loca y de seguro iba a tirarte sobre algún chico con toda esa testosterona frotando por los poros.
Aquello hace reír a las chicas.
—Eres consciente de que estás haciendo que mire a mi alrededor, ¿verdad? —pregunta Aye con socarronería.
—Y yo también estoy mirando —canturrea Noe.
—Me están jodiendo —masculla el morocho—. Sera mejor que entren, yo me encargo de las valijas —les avisa de mala gana y las aliena a dejarlo solo.
Las mujeres se adentran buscando la habitación que le fue designada a Aye, chicos corriendo por doquier, ya sea con maletas en mano o solo con libros, pasaban por su lado apenas esquivándolas para no atropellarlas. Ellas miran anonadada a su alrededor y tanto a Aye como a Noe las abruma todo ese movimiento. Sin dar más vueltas y queriendo salir del altercado de hormonas se apresuran a llegar a la habitación de Aye. Al llegar se encuentra con una chica de pelo rubio oscuro, con algunas mechas más claras y ojos color café, recostada en la cama con auriculares puestos y leyendo un libro. Aye se esfuerza en acercarse con delicadeza para poder ver el libro que la joven está leyendo descubriendo que se trataba de poesía " Veinte poemas de amor y una canción desesperada" de Pablo Neruda , no era nada esperado para la joven.
—Hola —saluda Aye moviendo una mano para llamar la atención de la chica, sin embargo, solo es recibida con un movimiento apenas perceptible de cabeza.
—Quizás cuando termine su lectura —acota Noe elevando los hombros, ambas se miran y se ríen sabiendo bien que quizás eso no pase nunca.
—Hay demasiados chicos, no me gusta nada, se los he dicho, ¿verdad? —suelta la diatriba Gaby entrando a la habitación.
—Como un millón de veces —mascullan las mujeres.
—Me alegra que escuchen todo lo que digo —entona dejando las valijas al lado derecho de la habitación, en donde él podía ver que estaba desocupado, ya que el otro lado estaba ocupado por la joven de auriculares perdida en su lectura.
—Ya es hora que me dejen instalar, tío —habla Aye tratando de quitar a su tío de la habitación.
—Debes estar bromeando, todo lo que viajamos para solo dejarte aquí y no recorrer el lugar contigo —se queja el morocho.
—Gaby, tiene que instalarse y hay demasiados chicos corriendo por los pasillos, no quiero seguir aquí —expresa Noe para luego mirar a su sobrina y guiñarle un ojo.
—Creo que tienes razón, deberíamos irnos antes que nos dé urticaria —dice finciendo un escalofrío, se acerca a Aye y le besa la frente—. Sera mejor que te comportas —le advierte.
—Tú también —la joven imita su tono.
—No prometo nada —contesta sonriendo sabiendo que, de los presentes, sin contar a la joven que está echada en la cama, es el que tiene menos comportamiento.
—Nos iremos por la mañana, así que cualquier cosa —comienza Noe al tiempo que se acerca a ella.
—Estaré bien, no se preocupen —interrumpe la joven.
—Ok, salgamos de aquí- pide Gaby y comienza a caminar hacia la puerta, pero es increpado por una pequeña figura y muchas valijas turquesas—. Qué m****a —masculla.
—Lo siento, lo siento —balbucea la chica—. No te vi —La joven de cabellos castaños y ojos cafés que asestó contra el morocho levanta la vista para mirarlo y se queda perpleja ante su presencia—. ¿Cómo fue que no te vi? —murmura, aunque, quizás no tan bajo como ella hubiera deseado.
Esas palabras hacen sonreír a Gaby ya Aye, y hace que Noe ruede sus ojos.
—Son muchas maletas para una sola chica —entona Gaby tomando una valija del suelo y moviéndola hacía un lado de la habitación.
—Y esos son muchos músculos —balbucea la chica esta vez arrancando una sonora carcajada del morocho y hasta haciendo que la joven con los auriculares observe la escena—. Me llamo Bonnie Hicks —esboza hipnotizada.
—Ok, Bonnie, un placer —interviene Noe—. Hay muchos chicos de tu edad en el campus, no deberías buscar a los más grandes —dice buscando la mano de su marido para salir del lugar.
—Me gustan más grandes —entona como si la conversación no fuera incómoda para los presentes.
—Ok —arrastra la palabra Noe—. Pero este es mi grande —suelta caminando hasta la puerta con Gaby arrastras—. Llámanos cualquier cosa. ¡Te amo! —le grita a Sí.
—No lleves por mal camino a mi princesa —le advierte Gaby a Bonnie y luego pone su atención a Aye—. Te amo —alcanza a decir antes que Noe lo saque por completo de la habitación.
Aye, observa a Bonnie, luego posa su mirada en la chica que reposaba en la cama, la cual estaba con la boca abierta apreciando la escena, sus ojos se cruzan y sin siquiera proponérselo ambas comienzan a reír sin parar, mientras Bonnie las mira sin entender qué era lo gracioso o cuál era el chiste que se había perdido.
— ¿Qué es lo gracioso? —pregunta Bonnie cruzando sus brazos.
—No puedo creer que hayas alagado los músculos de mi tío —entona Aye sin dejar de sonreír—. Y delante de mi tía —continuúa.
—No solo alagó sus músculos, estoy segura que cada parte de su cuerpo fue abuzado por esos ojos —comenta la otra joven.
—Lo siento, pero tienes un tío para chupar hasta que duela la mandíbula —argumenta dejando una valija sobre la cama que se sitúa del mismo lado que la cama de Aye.
—Ay, por Dios, dudo que nos aburramos por aquí —lanza la rubia—. Me llamo Kansas, por cierto. Kansas Hamson —se presenta.
—Ayelen Betanckurt.
-¿Kansas? —pregunta la otra chica—. ¿Cómo es el estado?
Eso hace que la rubia ruede sus ojos.
—No hagas estúpidas bromas con mi nombre, por favor —le pide con voz cansina.
—No hay problema —suelta la chica con un saludo militar—. Entonces, somos Ayelen, Kansas y Bonnie. Esos nombres no riman para un grupo de chicas que quieren pasar a la historia —entona arrugando la boca de manera pensativa.
—Qué te parece Bombón, Burbuja y Bellota —bromea la rubia.
—Una de nosotras debería tener el pelo rojo y no seré yo —sopesa haciendo reír a las chicas—. No importa, ese dibujo animado ya habrá caducado, te delata la edad, ¿lo sabías? —le señala reprendiéndola.
—Estar aquí nos delata la edad —habla Kansas mirándola como si fuera tonta.
—Tenemos 18 años, apenas dejamos de ser adolescentes —expresa Aye mientras observa de manera extraña como Bonnie quita prendas y prendas de las valijas.







