— ¿Era esto lo que te imaginabas? —murmura el joven quedando detrás de ella.
—Algo —habla en voz baja girándose hacía él—. Quizás un poco más desordenado —le hace saber—. ¿Por qué no tienes calcetines o calzoncillos tirados por el piso?
La pregunta sale antes que ella se diera cuenta de lo que estaba preguntando. Era una obviedad que la carcajada de Dylan no se haría esperar.
—No soy muy desordenado —responde alegremente—. Pero la próxima vez que vengas prometo dejar uno de mis bóxer a los pies de mi cama.
Aquella acotación hace que Aye se sonroje y que a él le brillen los ojos al verla sonrojada.
Con pasos comienza a acercarse a ella y lentamente ella sintiéndose amenazada comienza a retroceder hasta que se encerró sola en una esquina de la habitación. No teniendo donde correr suspira de forma audible y Dylan, clavando sus pupilas en las de ella, sin darle tregua, sigue acercándose a la joven hasta que sus narices casi pueden rozarse.
—Eres muy bonita con tus mejillas sonrojada