Gruesas gotas de lluvia se deslizaban por la ventana, llevándose consigo el polvo que había arrastrado el viento, regresandolo al suelo para luego repetir el ciclo una y otra vez.
Los truenos retumbaban en el cielo y los relámpagos quebraban el aire, mientras la fuerte ventisca mecia los árboles a su merced.
La oscuridad reinaba en la habitación, solamente interrumpida por el breve destello del fuego en el cielo que parecía partirlo en dos por breves instantes.
La mujer miraba atentamente la impetuosidad de la tormenta en el exterior, causando los mismos estragos que el torbellino de emociones en su pecho causaba en su interior.
Una lágrima traicionera resbaló por su mejilla, seguida de todas aquellas que se había obligado a no derramar en un acto feroz de rebeldía, pero era plenamente consciente que sus pulmones ya no podían soportar por más tiempo seguirlas reteniendo.
Porque cada respiro le hacía doler hasta los huesos.
Y es que fue una noche tan cruel y turbulenta como aquel