Sus pies corrían a toda prisa, en aquel paraje rodeado de árboles y sombras que lo engullian sin piedad.
La oscuridad lo envolvía en sus alas de desesperación y la luna, oculta tras las nubes se negaba a obsequiarle su luz.
No sabía adónde iba, tampoco de quien huía: sólo sabía que debía correr si quería vivir.
Trataba de distinguir algo en medio de la penumbra, pero sólo aquellas siluetas fantasmales era lo único que podía ver en su camino.
Su pie tropezó y cayó de bruces al suelo, sintiendo el sabor metálico de su sangre, acariciandole los labios.
Un fuerte golpe directo a sus costillas, otros tantos a su cabeza y luego aquellas risas que le helaban la sangre y llenaban su corazón de angustia.
Su mano se movió, tratando de cubrirse de los golpes, pero de nada le servían sus esfuerzos.
Sigueme...
Ven conmigo...
Aquella dulce voz hizo eco en el vacío e interrumpió la tortura a la que estaba siendo sometido. Las risas cesaron y el lugar cayó en un profundo silencio.
Abrió sus ojos, bus