—¿Muerta? —Él dio unos pasos hacia atrás, aparentemente negándose a aceptar esa suposición, su rostro mostraba una mezcla de incredulidad y desesperación.
—¡No puede ser! —exclamó con angustia en su voz. —Mi hija no puede estar muerta.
El oficial de policía intentaba mantener la compostura frente a la desesperación de Gabriel.
—Señor, si esa niña es su hija... Si lo es, puede pasar a recoger su cuerpo a la morgue —le dijo el oficial.
No imaginé en ningún momento que él se preocuparía tanto por su hija.
Simplemente se quedó mirando fijamente aquella imagen, y luego sus labios esbozaron una sonrisa nerviosa. No sabía si estaba feliz o simplemente incapaz de expresar sus sentimientos.
—Venga conmigo, lo llevaré a la morgue —le ofrecí al ver su gesto perdido.
Me miró intensamente, como si me culpara de alguna manera por la muerte de su hija.
Desvié la mirada y di media vuelta, comenzando a caminar hacia la morgue con él siguiéndome de cerca.
En ese momento, sentí una furia incontrolable y