IV.- Dolorosa Noticia.

Vittorio la mantuvo asida con uno de sus brazos y con la otra mano sacó el teléfono. Al ver quién llamaba, resopló y dijo: —Tengo que contestar. Pero lo retomaremos donde lo hemos dejado - logró liberarse de su brazo y de su hipnótica mirada y se sentó en el sofá, a una distancia prudencial.

—No – el hombre se limitó a observarla con mirada ardiente al escuchar su negativa.

Luego contestó la llamada y Andrea oyó que se trataba de Coppola. ¿Sería...? Luego dijo “Pietro”, confirmando lo peor. Se trataba del hombre que la amenazó con partirle las piernas, y cosas aún peores.

Así había empezado todo entre el Vittorio Rossi y ella hacía seis años. Ella estaba con Malcolm en Roma para abrir una filial de su empresa. Estaban a punto de cerrar un trato cuando un grupo de matones los amenazó de parte de Pietro Coppola, el magnate local de la construcción. El mensaje había sido escueto: o se llevaban su negocio a otro lugar o no saldrían enteros de Roma. Pero antes de que pudieran hacerles una demostración de lo que les esperaba, Vittorio había surgido de la nada y había necesitado decir solo “fuera”, para que los matones desaparecieran. Con su habitual calma el hombre se limitó a decirles que él hablaría con el jefe de los matones y les aconsejó que se fueran de Roma hasta que él les anunciara que podían volver sin correr peligro. Ellos sin duda obedecieron sin hacer preguntas. Al volver a casa, aunque seguía asustada, Andrea se había sentido desilusionada de que el único hombre que le hubiera impactado fuera también él único que no pareciera interesado en conocerla.

Sarah había dicho que su aparición justo cuando lo necesitaban tenía que significar algo, que quizá los había seguido. Y había insistido en que la siguiente vez que coincidieran, si él no hacía nada, debía ser Andrea quien diera el primer paso. Como no tenía fe en las fantasías románticas de su hermana, ella se sorprendió y se alegró al encontrarlo unos días después en su oficina, muy animadamente hablando con Malcolm. Una vez más, la había mirado fijamente y con tal intensidad que sus piernas se negaban a obedecer a su cerebro, pero no había hecho nada por conocerla mejor.

Así que Andrea había seguido el consejo de Sarah y lo invitó a cenar. Fue entonces cuando el hombre le dirigió su famosa advertencia, rechazando la invitación. Mortificada, le había contado lo sucedido a su hermana, pero esta había insistido en que quizá él había sido honesto y que, al advertirla, estaba siendo considerado Andrea conocía la fama de Vittorio de ser un hombre de hielo, sin sentimientos ni amistades, cuyos únicos objetivos eran acumular éxito y riqueza.

En cuanto a las mujeres, solo se le conocían relaciones de una noche. Pero nada de eso la había desanimado ni había disminuido el anhelo que despertaba en ella. Así que había insistido. Y él había accedido. Aunque, como si quisiera ponerla a prueba, la invitó a encontrarse en la suite de su hotel, una invitación que ella, convencida de que no corría el peligro de sentirse implicada emocionalmente, había aceptado sin titubear.

Sin preámbulos, le había hecho saber que nunca había deseado a nadie tanto como a ella, pero que la había evitado porque sospechaba que no podría manejar la situación. Sus premonitorias palabras y la advertencia de su insaciabilidad solo fueron el anticipo de algo que Andrea descubrió más tarde: su total egoísmo e insensibilidad. Pero no podía culparlo de nada. Él había dejado sus términos brutalmente claros al respecto y ella había aceptado sin objeción alguna. Si se quedaba, la devoraría dijo claramente. Sin embargo, más allá de la pasión y del placer, no tenía nada que ofrecerle. Embriagada de deseo y osadía, Andrea le contestó que eso era exactamente lo que quería.

Desde la muerte de su madre se había hecho responsable de su hermana pequeña, convirtiéndose en una adulta prematuramente. Nunca había tomado un paso sin medir todas las consecuencias. Pero había deseado a ese hombre en cuanto lo vio y por primera vez en su vida fue incapaz de mantener alguna cautela. Así, empezando aquella misma noche, se había entregado a un apasionado romance que había superado cualquier fantasía que hubiera soñado.

El sexo entre ellos era, también para él, según decía, espectacular. Pero pronto se había dado cuenta de que no podía ignorar sus sentimientos y que se había mentido al aceptar los términos que Vittorio había impuesto. Aparte de su incapacidad para querer, el Millonario italiano había sido todo lo que ella admiraba y amaba en un hombre. Que además fuera un amante excepcional hizo imposible que ella no se implicara emocionalmente. Mientras hacían el amor, se había engañado a sí misma por su pasión y por su dedicación como amante, llegando a creer que sentía algo por ella. Hasta que salía de la cama y volvía a ser el hombre de hielo. Tuvieron que pasar cuatro meses antes de que ella supiera que se había equivocado al pensar que podría mantener los términos del acuerdo. Entonces tomó la decisión de romper la relación, decidida a conservar exclusivamente un buen recuerdo en lugar de esperar a que se deteriorara. Vittorio no hizo el menor ademán de detenerla, sino que se limitó a...

—Pietro te manda recuerdos - Andrea se sobresaltó al oír la voz de Vittorio, que la devolvió bruscamente al presente.

—Dile que se los devuelves porque no has podido dármelos. Y cuando los tenga, ya sabe qué hacer con ellos - enarcó las cejas con gesto divertido.

—Le sorprenderá que una dama tan educada como tú pueda ser tan... grosera. Y más teniendo en cuenta cuánto te aprecia - ¡Claro! Por eso había intentado comprarla como si fuera parte de un acuerdo empresarial.

—El sentimiento no tiene nada de mutuo – prácticamente escupe las palabras con molestia.

—Eso solo incrementará su interés por ti. Para la mayoría de los hombres, es lógico que una diosa como tú no corresponda a su interés, y que se mantenga fría y distante – Vittorio guardó el teléfono. —Comprendo que me rechaces a mí, pero, ¿por qué sigues enfadada con Pietro cuando hace tiempo que resolviste vuestro conflicto? – ella estrechó la mirada pensando en rebatirle, pero no se sentía con fuerza.

Haciendo acopio de la poca energía que le quedaba, dijo:

—Escucha, estoy segura de que no has venido ni a charlar de dinero ni sobre tus amigos blanqueadores de dinero; ni siquiera para hacer una demostración de tu poderío sexual... – dijo con expresión cansina.

—No pretendía tocarte, al menos en este encuentro. Pero se ve que nada ha cambiado entre nosotros. Se ve que no podemos estar juntos sin arder en deseo – él sonrió sin gracia y ella rodó los ojos.

—Basta, ¡por el amor de Dios! —dijo con firmeza—. Di de una vez a qué has venido. Vittorio la miró fijamente en silencio hasta que Naomi temió perder los nervios.

Entonces, pausadamente, inclinó la cabeza a un lado y dijo:

—He venido por Natalia.

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