III.- Descaro.

—Por cómo has reaccionado al verme, parece que has acumulado mucho resentimiento —dijo Vittorio y Andrea resopló con incredulidad ante su sarcasmo que solo le provocaba golpearlo con un candelabro en la cabeza.

—Si no supiera que tienes una familia, pensaría que eres un humanoide carente de todo sentimiento o escrúpulo, fabricado en un laboratorio por unos científicos de la Nasa que ni siquiera creen en Dios – el Ogro – así llamado por Andrea – ni siquiera pestañeó.

—Si me ves así es cosa tuya, pero si fuera tal y como me describes, ¿por qué habría intentado impedir que me dejaras? – la pregunta hizo que su tracto emocional tambaleara de nuevo.

—¡Para demostrar tu poder por supuesto! – puso los ojos en blanco reponiéndose de las sensaciones —  En realidad nunca te casaste conmigo, solo firmaste unos papeles para impedir que diera nuestra fatídica relación por terminada; y para continuarla bajo la falsa etiqueta de “matrimonio” - el hombre abrió la boca sin poder creer lo que esta mujer pensaba de él y sonrió con descaro.

—  ¿Crees que evité que me dejaras en dos ocasiones para demostrar mi poder? – dijo sin dejar de sonreír.

A Andrea le dieron ganas de lanzar el florero que adornaba la pequeña mesita esquinera.

—Creo que pretendes que todo el mundo esté a tu disposición y cumpla tus órdenes... – expresó insolente.

—  ¡Qué interesante! — Vittorio se rascó el mentón, como si reflexionara. Luego alzó la mirada hacia su ex mujer – aunque no lo diga en voz alta – admirando su belleza —. Esa es una buena descripción de cómo soy, pero esos no eran mis motivos por aquel entonces. Solo confiaba en que, con el tiempo, se te pasara la pataleta y volvieras. – es la tercera vez que se encogía de hombros y ya a ella le daba por hacer una de esas pataletas que mencionó.

—  ¿La pataleta? – el grito salió ahogado — ¿Eso era para ti? ¿Y entonces, qué pasó, te despertaste un día y decidiste que ya no necesitabas a la niñata? – masculló rabiosa, tratando de guardar la compostura —  Ni siquiera eras tú el encargado de acosarme. Para eso ya tenías a tu abogado. – emitió un sonido igual a un gruñido.

—Seguro que tienes una teoría de por qué me di por vencido.

—Supongo que porque te aburriste. - Vittorio solo la miró y ni siquiera tuvo la delicadeza de negar o afirmar.

Tampoco ofreció una explicación de por qué, súbitamente, al cabo de seis meses, había firmado los papeles del divorcio. Estaba segura de que se había aburrido o había encontrado a una sustituta.

—Tienes razón —oír a Vittorio decir eso, desconcertó a Andrea. Pero él siguió—: No he venido a hablar del pasado, aunque me da la sensación de que eres tú quien se aferra a él.

—El rechazo que despiertas en mí no tiene nada que ver con el pasado – aclaró.

—  ¿Entonces? – indagó con el ceño fruncido y ella pensó que no se podía ser más atractivo lo que la hizo resoplar mentalmente.

—  ¿De verdad que no lo sabes? – responde con las cejas alzadas.

—No. Explícamelo – ella asintió.

—Joseph te llamó en su lecho de muerte, pero tú no te molestarte en acudir. Ni siquiera viniste al funeral. - Por toda respuesta, Vittorio parpadeó lentamente antes de volver a clavar sus ojos grises en ella, como si esperara que continuara. Andrea sintió la rabia hervir en su interior. —Vino todo el mundo, hasta sus enemigos. Todo aquel que sabía que Sarah lo era todo para mí y que Joseph se había convertido en el hermano que nunca tuve.

<Solo faltaste tú. Tu insensibilidad hizo que mi percepción de lo que había entre nosotros empeorara aún más. Hasta entonces, siempre me había sentido avergonzada de la facilidad con la que me había entregado a ti, y me culpaba de lo que había sucedido después; pero aquel día llegué a despreciarme por haber estado con alguien tan... perverso. Cuando no acudiste a la llamada de tu amigo moribundo, ni acudiste tan siquiera a dedicarme unas palabras de consuelo, me di cuenta del crimen que había cometido contra mí misma. Hasta entonces nunca había odiado a nadie. Pero desde ese día, te odio.

El hombre parpadeó de nuevo y, por un instante, pareció conmovido. Pero cuando miró a Andrea había recuperado su habitual indiferencia.

—No pensé que quisieras verme. – Andrea lo miró boquiabierta.

—  ¿Pretendes hacerme creer que no viniste porque yo no deseaba que estuvieras a mi lado? ¿por deferencia a mis sentimientos?

—Me limito a decir lo que pensé. Pero esa no fue la razón de que ni te llamara ni fuera a verte – dijo sin siquiera inmutarse ante la estupefacción de Andrea.

Ella esperó por un segundo a que le diera una explicación, pero en seguida se dio cuenta de que había vuelto a caer en la trampa de esperar algo de él, cuando este espécimen de Neanderthal bien proporcionado jamás daba explicaciones de sus actos, ni pedía la comprensión o la tolerancia de los demás. En ese sentido, siempre podía contar con su coherencia: él nunca mentía ni inventaba excusas porque los sentimientos ajenos le eran indiferentes.

Súbitamente se sintió cansada, exhausta. Llevaba demasiado tiempo luchando por mantenerse fuerte. Primero para su madre, luego para su hermana, después para Vera y Natalie. Pero ya no podía fingir que estaba a la altura de Vittorio, porque nadie lo estaba. Él era una batalla perdida que le robaba energía. Y toda la que tenía debía reservarla para su hija, la que ahora debía cuidar y proteger. Caminó hacia él sin importarle que viera su vulnerabilidad.

—Da lo mismo que no vinieras al funeral, Vittorio. Tu presencia solo habría empeorado las cosas. Por eso no entiendo qué haces aquí y te ruego que te marches – a modo de respuesta, este le tomó la mano y, tirando de ella, la sentó en su regazo. Andrea se sintió atrapada por su fuerza y su calor. Un zumbido que primero no reconoció pero que acabó por identificar como el teléfono de Vittorio, le ayudó a reaccionar. Hizo ademán de levantarse, pero él susurró:

—No, Il mio precioso – ella se estremeció al oírle llamarla «mi preciosa», tal y como solía hacer cuando estaban juntos.

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