La luz de la mañana se filtraba suavemente por las cortinas, bañando la habitación en un resplandor cálido y tranquilo.
Amatista despertó sintiendo una mirada fija sobre ella.
Parpadeó lentamente, y lo primero que vio fue a Enzo, recostado a su lado, observándola con una intensidad serena.
Pero no solo la miraba a ella.
Su mirada también se posaba en los dos pequeños que dormían plácidamente entre ambos.
Amatista sonrió con ternura.
—¿Te gusta la vista? —preguntó en un susurro divertido.
Enzo deslizó una mano hasta el cabello despeinado de su esposa y lo acarició suavemente.
—Mucho. Pero creo que debemos mandar a hacer una cama más grande.
Amatista arqueó una ceja, divertida.
—¿Para qué?
—Porque quiero más hijos. —Dijo con naturalidad. —Y no van a caber todos.
Amatista soltó una risa baja, cubriéndose el rostro con la mano.
—No empieces tan temprano, Enzo.
Él se encogió de hombros con una sonrisa satisfecha.
—Solo digo la verdad, Gatita.
Amatista lo miró con una mezcla de diversión y