La noche en la mansión Bourth estaba impregnada de un silencio inquietante, apenas roto por el murmullo del viento entre los árboles del vasto jardín. Los faroles que bordeaban el camino iluminaban tenuemente la salida de un auto negro que avanzaba con discreción, llevando consigo a Daniel y Joel Sorni.
Dentro del vehículo, el ambiente era tenso. Daniel miraba distraído por la ventanilla, perdido en sus pensamientos, mientras Joel observaba por el retrovisor, como si esperara que algo o alguien los siguiera desde la mansión.
—No lo olvides, Daniel —dijo Joel, rompiendo el silencio con voz firme—. Si Enzo descubre la verdad, no pienso caer contigo. Le diré que fuiste tú quien me pidió los hombres para el ataque.
Daniel asintió lentamente, pero no respondió. Las palabras de Joel apenas lograron rozar la superficie de sus emociones. Su mente estaba atrapada en una revelación que aún lo sacudía: Amatista. La joven no era una desconocida; lo había sabido desde el momento en que la vio. Sus