Amatista estaba completamente absorta en la preparación del risotto. Había ajustado el fuego, añadido el caldo con precisión y mantenía su atención fija en la textura del arroz mientras lo removía con cuidado. La cocina del club era amplia y bien equipada, y el aroma que comenzaba a llenar el ambiente prometía una cena memorable para todos. Había optado por preparar una gran cantidad, consciente de la cantidad de personas presentes, y a pesar del cansancio, mantenía una sonrisa tranquila en los labios.
La cena estaba casi lista; el reloj marcaba las diez. Justo cuando se disponía a probar un bocado para ajustar los condimentos, la puerta de la cocina se abrió y apareció Enzo. Sin decir una palabra, hizo un gesto a los empleados para que se retiraran. Estos, acostumbrados a obedecer sin cuestionar, salieron sin mirar atrás.
Amatista no desvió la vista de su risotto, pero pudo sentir la presencia de Enzo detrás de ella, tan palpable como el calor del fuego en la estufa. Antes de que pud