Una vez dentro de la casa, Amatista y Roque se sentaron en la amplia mesa de madera junto a los demás. La estancia desprendía una calidez hogareña que contrastaba con los días de tensión que había vivido. Emilia, con su amabilidad característica, le ofreció un té a Amatista mientras Luis preparaba un café para Roque.
—¿Trabajas con Enzo Bourth, como Roque? —preguntó Emilia mientras dejaba la taza frente a Amatista.
Roque intervino antes de que Amatista respondiera.
—No exactamente. Amatista es la esposa de Enzo —dijo, con una seguridad que no admitía dudas—. Y los niños que espera son de él.
Amatista lo miró, sorprendida por la afirmación, pero prefirió no desmentirlo. En lugar de eso, asintió levemente, confirmando las palabras de Roque.
—Enzo siempre ha sido muy bueno con nosotros —comentó Emilia con gratitud—. Nos ayudó cuando atravesábamos problemas económicos. Casi tuvimos que vender la estancia, pero gracias a él pudimos salvarla.
Amatista sonrió, recordando el corazón generoso