El sol brillaba con fuerza mientras Amatista bajaba del auto frente a la mansión Torner. Llevaba un vestido sencillo pero elegante, que se movía suavemente con la brisa. Al cruzar las enormes puertas, la recibió Mariam con una sonrisa cordial, aunque algo contenida.
—Amatista, querida, qué gusto verte —dijo Mariam mientras la guiaba hacia el comedor.
Daniel ya estaba sentado en la cabecera de la mesa, y Jazmín, su hija menor, jugueteaba con una servilleta mientras lanzaba miradas de curiosidad hacia su hermana mayor. La atmósfera inicial era densa, con un aire de formalidad forzada que hacía eco en los silencios entre comentarios educados.
Amatista sonrió mientras tomaba asiento, esforzándose por disimular los nervios. Daniel apenas podía apartar la mirada de su hija, como si intentara encontrar rastros de la niña que había dejado de ver cuando apenas tenía dos años.
—Entonces, Amatista, ¿cómo va todo en la mansión Bourth? —preguntó Mariam, rompiendo el hielo.
—Muy bien, gracias —resp