La fiesta finalmente llegó a su fin. Los últimos invitados se retiraban del salón, dejando tras de sí el eco de risas apagadas y copas entrechocando. Enzo, Amatista, Isis y Rita salieron juntos hacia el auto que los esperaba en la entrada. La noche estaba fresca, y el silencio del ambiente contrastaba con el bullicio de la velada.
Enzo sintió una punzada en el hombro, la herida de Albertina comenzaba a recordarle su presencia. Llevó una mano al lugar, disimulando el dolor. Amatista, siempre atenta, lo notó de inmediato.
—¿Te duele mucho, amor? —preguntó con suavidad.
—Un poco, nada que no pueda soportar —respondió Enzo, restándole importancia.
Amatista frunció el ceño.
—Déjame manejar, así puedes descansar un poco.
Enzo la miró, apreciando el gesto.
—Está bien, gatita. Pero solo porque me lo pides tú.
Isis, al escuchar esto, intervino con una sonrisa forzada.
—Enzo, ¿por qué no vienes atrás con nosotras? Así Amatista puede concentrarse en manejar.
Él la miró de reojo, esbozando una so