El amanecer trajo consigo un aire frío y húmedo que parecía impregnar cada rincón de la mansión en el campo. Rose llegó puntual, como siempre, con una bolsa de alimentos frescos y una rutina que pocas veces variaba. Sin embargo, al cruzar el umbral de la casa, notó algo que la hizo detenerse: la sala estaba en completo desorden. El suelo estaba cubierto de vidrios rotos y fragmentos de adornos, las sillas estaban volcadas y había un rastro de suciedad que indicaba que la noche había sido cualquier cosa menos tranquila.
Con un suspiro pesado, Rose dejó la bolsa en la cocina y comenzó a limpiar. Sus manos trabajaban rápido, pero su mente no dejaba de especular. Algo le decía que Amatista estaba detrás de aquel caos. Una vez que todo estuvo en su lugar, preparó el desayuno y esperó pacientemente en la sala. Pero las horas pasaron, y Amatista no salió de su habitación. Para cuando el reloj marcaba casi el mediodía, Rose, con una mezcla de preocupación y frustración, decidió ir a buscarla.