Capítulo 89
Cuando llegué a la oficina del presidente de Grupo Castro, la noticia de la adquisición de Carlos ya había llegado a oídos de mi madre. La oficina estaba hecha un desastre: vasos de agua, documentos, el ratón y el teclado estaban tirados por el suelo.

—¡Arrodíllate! —señaló hacia mí con la mano temblorosa, —¡Arrodíllate sobre el teclado!

Sin mostrar emoción alguna, busqué el teclado y, en cuanto lo encontré, me arrodillé sin titubear. Las teclas eran duras, y apenas pasaron unos segundos cuando mis piernas comenzaron a entumecerse, pero aguanté sin moverme.

Ella, completamente desorientada, sostenía su teléfono en la mano mientras murmuraba, con la mirada perdida, —¿Le llamo a Carlos? No, mejor le llamo primero a los padres de Carlos...

—Mamá.

Apenas salió una palabra de mis labios, las lágrimas comenzaron a caer lentamente de mis ojos, acumulándose en mi barbilla y goteando en el suelo.

María parpadeó, como si volviera a la realidad, y comenzó a gritarme.

—¿Cómo pude dar a luz
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