Draven había llegado al territorio de Dimitri, como ya lo había hecho en otras de las nueve manadas en los últimos quince días. Su presencia imponía, una mezcla de poder y amenaza que llenaba cada sala, cada pasillo, cada respiración.
El alfa Dimitri lo recibió en su despacho, con una copa de licor oscuro entre los dedos y una sonrisa controlada. No era la primera vez que debía fingir cortesía. Además ya Dimitri era conocido como un lobo cruel y fuerte. Draven no era un alfa que dejaba cabos sueltos. Si aún no había encontrado a Aleckey, era por algo o alguien lo estaba escondiendo, ya que los lobos salvejes no se van lejos de las tierras que gobernaron o vivieron.
—Confia en que, si yo lo hubiera encontrado —comentó Dimitri con una carcajada sin humor—, ya su cabeza estaría colgando sobre mi chimenea... y su piel de lobo adornando el tapiz de mi habitación.
Aria, que estaba sentada al lado del fuego, frunció el ceño con disgusto. Las palabras le parecieron repulsivas, pero se obligó