El salón del consejo estaba cargado de tensión. Los ventanales altos dejaban pasar la luz fría del amanecer, proyectando sombras alargadas sobre las figuras reunidas alrededor de la mesa ovalada. Al centro, el alfa Laurent mantenía el rostro impasible, pero sus ojos eran dos centellas contenidas. A su izquierda, Morvan, el beta de voz grave y mirada dura, se incorporó con un gesto severo.
—La situación ha cruzado un límite —declaró Morvan, su voz resonando en la piedra del recinto—. El rey alfa ha puesto en peligro a miembros de la manada y ha actuado sin pedir nuestra opinión en territorio de vampiros. Esta alianza es una farsa si el pilar principal actúa como un lobo sin manada. Es hora de romperla.
Un murmullo se esparció entre los presentes. Algunos asintieron, otros intercambiaron miradas incómodas. Aleckey permanecía en pie, con la mandíbula apretada y la mirada clavada en los consejeros. Calia, hasta ese momento en silencio, se levantó de su asiento con una elegancia natural, a