Un dolor recorre el cuello de Calia al momento de despertar, se quedó quieta. No reconoce nada en medio de la poca luz de la tarde que hay en el aposento hasta que se inclina con cuidado reconociendo la habitación de Aleckey. Su mirada se detuvo en el mencionado que se encontraba apoyado en la ventana vistiendo solo un pantalón y su torso desnudo.
—¿Por qué otra vez? —interrogó con sus ojos llenos de lágrimas, él se giró a mirarla por un breve instante.
—Ebert está muy molesto por tu rechazo constante —la monja no entendía a quién se refería—. Es como otra persona que vive dentro de mi o más bien en mi cabeza. Ya lo has visto, el lobo rojizo —dijo volviendo a mirar por la ventana—. Trato de controlarlo lo más que puedo, pero en estos trecientos doce años de mi vida, no he logrado hacerlo… es muy poderoso —añadió.
—No pertenezco a tu mundo —es lo único que susurró.
—¿Qué otro mundo existe, Calia? —Interrogó diciendo su nombre por segunda vez con mucha delicadeza—. Tu especie está c