El sonido de los cuernos de guerra resonó en la noche, arrancando a Calia de su ensimismamiento. Desde su prisión como ella le llamaba, escuchó el estruendo de botas apresuradas y gruñidos que anunciaban el caos en la ciudad. Se puso de pie de un salto y corrió hacia la ventana, intentando vislumbrar lo que ocurría.
El patio estaba sumido en llamas. Sombras feroces se movían entre el fuego y los destellos de lobos lanzándose sobre hombres en un combate sangriento que se libraba. La puerta de su habitación se abrió de golpe y un soldado entró a toda prisa. —Mi señora, la ciudad está bajo ataque. Debemos llevarla a un lugar seguro. Pero antes de que pudiera moverse, otro cuerpo impactó contra el soldado, derribándolo. Aleckey apareció, con la mirada oscurecida por la furia y el rostro manchado de sangre enemiga. —Nadie la toca —gruñó con voz gutural. El soldado tembló antes de asentir y salir de la habitación a toda prisa. Aleckey se giró hacia Calia y la tomó del brazo con firmeza. —Vas a quedarte aquí, ¿entiendes? No saldrás hasta que yo lo diga —ordeno hacia la monja que estaba aterrorizada. —¡Déjame ver qué ocurre! —protestó, intentando zafarse, pero el alfa no cedió. —No tienes idea de lo que sucede ahí afuera, monjita. Esto no es un juego, es un ataque. Y los humanos no sobreviven en esos ellos. Pero Calia no podía quedarse de brazos cruzados. Cuando Aleckey salió, cerrando la puerta tras él, corrió de nuevo a la ventana. Lo que vio la dejó sin aliento. Los soldados en su forma de lobos desgarraban a los invasores con brutalidad despiadada. Los gritos de agonía de los enemigos se mezclaban con los aullidos de guerra. La luna brillaba sobre la masacre, haciendo que la sangre resplandeciera como un charco de rubíes en la tierra mientras que Aleckey lideraba aquel grupo de bestias. Su estómago se revolvió y tuvo que cubrirse la boca para no gritar. Su captor era un monstruo… y ella estaba atrapada en ese mundo. (…) El silencio reinaba en el lugar, Calia caminaba de un lado a otro en su habitación. Hasta que la puerta fue abierta con una violencia que termino derribándola. La monja poso su mirada en los dos hombres que habían irrumpido en su habitación, si para la hermana Calia, Aleckey era un demonio. Estos dos eran la viva representación de satán con esos ojos rojos lleno de maldad y una oscuridad que devora la luz más calidez de cualquier antorcha cerca. —Una exquisitez —ronroneo uno de ellos al olfatear el aire dándose cuenta de que frente a ellos tenían una virgen humana. —Huele tan bien —jadeo el acompañante. —San Miguel Arcángel… defiéndenos en la lucha. Sé nuestro… amparo contra la perversidad y las acecha-nzas del demo-nio —balbuceo sacando su crucifijo—. Re-prímale Dios, pedimos suplicantes… y tú, Príncipe de la Milicia Celes-tial —los vampiros se miraron y luego se carcajearon, pero eso no la detuvo de seguir dando su plegaria—. Arroja al infierno con el poder de Dios a Satanás ya los demás espíritus… —Una religiosa —se burló uno de ellos—. Los humanos son tan patéticos. —Déjala terminar, Simón —se rieron. —Malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas —hizo una señal de cruz antes de culminar—Amén. —Ahora vamos a comer…Simón sacando sus colmillos, Calia soltó un grito horrorizada. Antes de que ellos si quiera llegaran a tocarle un pelo, un lobo rojizo ingreso por esa ventana que antes tenía barras de hierro y que por arte de magia habían desaparecido. El enorme animal abrió sus fauces tan grande que arranco la cabeza de Simón y el cuerpo se desplomo inerte a los pies de la monja que libero un grito de horror. El compañero del vampiro salto sobre el animal y el espacio tan reducido solo favorecía al atacante que logro herir a Aleckey con sus uñas y colmillos. El lobo aulló adolorido, pero siguió peleando hasta derribar al sujeto, le enterró sus enormes garras en el pecho abriéndolo y despedazando al chupa sangre. La respiración del lobo rojizo era agitada, poso sus ojos dorados en Calia antes de desplomarse y poco a poco dándole pasó al humano. Desnudo y con el cuerpo manchado de un líquido más rojo que su cabello, Aleckey se puso de pie como pudo con heridas sangrantes. —¿Te hicieron daño? —inte
Calor… mucho calor sentía Calia, eso la llevo a despertar sudada y sofocada. Sentía que se encontraba en la misma braza del infierno, se movió intentando salir de las llamas que la mantienen prisionera. Se detuvo al escuchar el pesado gruñido animal detrás de su oreja que erizo la piel de su nuca y luego como eso detrás de ella la apretaba más a él. —¡Suéltame! —gritó colérica de rabia, Aleckey volvió a gruñirle molesto. —¿No puedes despertarme como una buena luna? —Interrogó aflojando pesadamente su agarre en la cintura de Calia que se salió de sus brazos y se sentó de golpe en la cama para fulminarlo con la mirada—. Supongo que eso es un no —respondió estirándose en la cama con mucha pereza. —Eres un demonio impío, aprovechado —reprendió. —Esa es nueva, aprovechado —dijo con diversión mirándola bajo esas pestañas rojizas. —¡Maldito, demonio! ¡El señor te condene al infierno! —se lanzó contra este para golpearlo, pero el alfa es mucho más rápido y la sujeto de los brazos para lu
Un dolor recorre el cuello de Calia al momento de despertar, se quedó quieta. No reconoce nada en medio de la poca luz de la tarde que hay en el aposento hasta que se inclina con cuidado reconociendo la habitación de Aleckey. Su mirada se detuvo en el mencionado que se encontraba apoyado en la ventana vistiendo solo un pantalón y su torso desnudo. —¿Por qué otra vez? —interrogó con sus ojos llenos de lágrimas, él se giró a mirarla por un breve instante. —Ebert está muy molesto por tu rechazo constante —la monja no entendía a quién se refería—. Es como otra persona que vive dentro de mi o más bien en mi cabeza. Ya lo has visto, el lobo rojizo —dijo volviendo a mirar por la ventana—. Trato de controlarlo lo más que puedo, pero en estos trecientos doce años de mi vida, no he logrado hacerlo… es muy poderoso —añadió. —No pertenezco a tu mundo —es lo único que susurró. —¿Qué otro mundo existe, Calia? —Interrogó diciendo su nombre por segunda vez con mucha delicadeza—. Tu especie está c
—Dimitri —gruñó Aleckey, su voz impregnada de desprecio. —¿Quién es ese? —interrogó Calia mirando la tensión en las facciones de Aleckey. —Antes un poderoso aliado mío, pero ahora un enemigo público —es la única explicación que da y Calia solo pudo suponer que ahora ese hombre estaba en su contra porque ella era su mate. Aleckey se volvió hacia ella con una mirada sombría. —Quédate aquí. No salgas bajo ninguna circunstancia —ordenó, pero Calia negó con la cabeza. —Si esto tiene que ver conmigo, tengo derecho a estar ahí. Aleckey la fulminó con la mirada, pero al final no perdió tiempo discutiendo. Salió de la habitación y bajó por las escaleras hasta el gran salón, donde ya varios miembros de su manada se habían reunido. El fuego ardía en la gran chimenea, iluminando los rostros tensos de los lobos que esperaban a su alfa. Entre ellos se encontraba, Taylor. Cuando Aleckey salió al patio, la lluvia empapó de inmediato su pantalón, pero él no se inmutó. Dimitri lo esperaba en el
Cuando el primer rayo de sol se filtró por las cortinas, Aleckey gruñó en su inconsciencia y sus dedos se apretaron levemente alrededor de los de Calia. Su respiración se hizo más profunda y, con un leve gemido de molestia, sus ojos finalmente se abrieron. Parpadeó varias veces, desorientado, hasta que su mirada se posó en ella. —Calia —su voz era rasposa, cargada de agotamiento. —No hables —lo reprendió suavemente—. Necesitas descansar. Él intentó incorporarse, pero el dolor lo obligó a quedarse quieto. Sus labios se torcieron en una mueca de frustración. —¿Acaso piensas dejarme morir? —interrogó con molestia a Ebert. —Ella está a nuestro lado solo cuando estamos heridos —dijo como si esa fuera razón más que suficiente para no sanar a Aleckey. —¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —Desde anoche. Apenas has dormido unas horas —respondió ella, sin soltar su mano. Aleckey la estudió en silencio. Sus ojos recorrieron su rostro, deteniéndose en la sombra de preocupación que oscurec
Calia, jadeando por el esfuerzo y el miedo, intentó zafarse, pero la fuerza de él era inhumana. La arrastró con él, sus pasos firmes y llenos de autoridad mientras la llevaba a un lugar apartado, donde las sombras se alargaban y la multitud ya estaba reunida.El lugar estaba lleno de miembros de su manada, todos observando en silencio. Algunos con curiosidad, otros con ansias, sabían lo que se avecinaba. El suelo era de tierra, fangoso por la lluvia anterior, y la escena era más brutal de lo que Calia podría haber imaginado. Un círculo se formó alrededor de ella, su corazón latiendo frenéticamente mientras los ojos de todos se posaban sobre ella.—Esta noche, Calia aprenderá lo que significa desafiarme —dijo Aleckey, su tono helado y autoritario, con aquellos ojos dorados brillando en una rabia contenida, ya que Ebert había tomado control y no había vuelta atrás en lo que le haría a su luna.Calia levantó la cabeza, sus ojos llenos de miedo. El castigo era inevitable. Era la tradición
La hermana Calia volvió a comer, con ayuda de Isolde que iba todos los días a la habitación de Aleckey para conversar con su amiga. Aunque el recuerdo la perseguía en las pesadillas, ella no podía evitar sentirse mejor con la presencia de la mate de Taylor.—Sabes… Taylor —se quedó callada sin saber si decirle o no.—Dilo —pidió a su amiga mientras ponía otro trozo de pastel de chocolate en su boca.—Te va parecer una locura lo que diré…—Isolde —interrumpió mirándola con sus cejas rubias arqueadas mientras los dedos nerviosos de su amiga se retorcían en su regazo.—Taylor me ha pedido que nos uniéramos —soltó de golpe tratando de contener la respiración.—¿Unirse? —cuestiono con confusión.—Tener sexo —susurró con las mejillas rojas, Calia tocio con fuerza al atorarse con el trozo de pastel que tenía en su boca mientras miraba a su amiga con los ojos casi fuera de su órbita. Isolde solo se limitó a ofrecerle un vaso con agua para que pudiera tragar los restos de comida.—¡Esta loca!
Una semana había pasado desde el intento de asesinato de la loba misteriosa para la monja, y aunque Calia no lo demostraba, la curiosidad la consumía. No dejaba de preguntarse quién era realmente aquella mujer, qué historia la unía a Aleckey y por qué estaba tan dispuesta a matarla.Esa mañana, mientras Liora la ayudaba a prepararse, decidió preguntar.—¿Quién era ella? —su voz sonó tranquila, pero el reflejo de Liora en el espejo del tocador reveló un leve titubeo en sus movimientos.—Mi señora… —Liora bajó la mirada mientras pasaba un peine por el cabello de Calia—. Era alguien que solía tener esperanzas de convertirse en la luna de esta manada. Fue una seleccionada por el consejo para darle herederos fuertes al alfa —masculló.—¿Su amante? —interrogó, ya que dudaba que una mujer fuera capaz de tanto solo por una elección.—El alfa estuvo un tiempo con ella, pero luego paso de ella —susurró.Calia sintió un leve escalofrío recorrer su espalda, pero se obligó a mantener una expresión