KAESAR:
El aire se volvió denso cuando Rufén se abalanzó hacia mí, sus fauces abiertas en un gruñido amenazador. A pesar de su tamaño considerable para un lobo normal, parecía casi pequeño en comparación con mi forma de Alfa Real. Mi pelaje negro brillaba con mi energía mientras esquivaba su ataque con una agilidad que contradecía mi gran tamaño.
—¿Es todo lo que tienes, tío? —gruñí, resonando con un poder que hizo temblar el suelo bajo nuestras patas. Los brujos que lo rodeaban comenzaron a murmurar encantamientos, intentando fortalecerlo con su magia oscura. Rufén, envuelto en un aura púrpura artificial producto de los hechizos, volvió a atacar. Esta vez, sus movimientos eran más rápidos y letales, pero seguían siendo insuficientes. Con un simple golpe de mi garra, lo lancé varios mKAELA:Mantuve el escudo de energía plateada extendido sobre nuestras tropas, con mis ojos brillando con el poder ancestral mientras observaba a mi compañero enfrentarse a Rufén. El esfuerzo de proteger a cientos de guerreros era considerable, pero mi poder como Alfa Real fluía con fuerza a través de mí.Los brujos de los Arteones lanzaban hechizo tras hechizo contra mi barrera, sus magias oscuras estallando en destellos púrpura contra el resplandor plateado de mi protección. Cada impacto hacía temblar el escudo, pero mi determinación era más fuerte.—¡La Luna protege a los nuestros! —grité, intensificando el brillo de mi poder. Los símbolos ancestrales en mi pelaje blanco resplandecían como estrellas, canalizando la energía pura de generaciones de Alfas.Fue entonces cuando escuché las palabras de Rufén sobre Artemia y Lirael
ARTEÓN:Corría todo lo que podía. Debía esconderme en un lugar donde mi primo no me encontrara. Acababa de presenciar el enorme poder de los Alfa Reales, el que las leyendas contaban y que, con el paso de los años, los lobos habíamos dejado de creer. Pero era cierto: nadie podía acabar con ellos.Y yo los había traicionado. No solo intenté asesinar a mi primo Kaesar con el veneno de los Arteones, sino que también rapté a su Luna y puse a los brujos a torturarla. Ninguno de los dos me iba a perdonar. Debía escapar.“¿En qué estaba pensando?”, reflexioné mientras mis pies resbalaban en el fango. La rabia, el resentimiento y el odio que creí que me hacían invencible se desmoronaban ante lo que realmente había visto: un Alfa Real liberando el poder de generaciones completas, una Luna Alfa Real reflejando la pureza y la salvació
KAELA:Los aullidos de victoria resonaban por el valle, anunciando más allá de nuestro territorio que habíamos vencido y que no íbamos a detenernos. Miré a mi alrededor con orgullo, y fue entonces cuando me di cuenta de que mi Alfa había desaparecido. ¿Dónde se había metido? Me convertí en mi loba, Laila, y lo busqué a través del enlace de pareja. Lo encontré corriendo por el bosque; estaba persiguiendo a alguien.—Rouf, ven aquí —llamé a mi Beta, quien se acercó de inmediato, alertando a otros guerreros que me siguieron sin dudar.—¿A dónde vamos, mi Luna? —preguntó sin dejar de correr a mi lado.No respondí. Seguía el rastro de mi Alfa, sintiendo su furia más allá de lo que podría describir. Era una sensación que me hacía pensar que quería acabar con todos. No olvidaba que era considerado un Alfa cruel.—¿Lo localizaste, Laila? —le pregunté a mi loba. A pesar de estar convertida en ella, no le había cedido el control; debía mantener el raciocinio humano.—Sí, un poco más adelante. E
ARTEMIA:Desde mis aposentos, donde Rufén me tenía encerrada, escuché los aullidos de la llamada a la guerra. Iban a ir contra mi hijo. Me había enterado de que estaba herido y a punto de morir, pero al parecer, alguien le dio el antídoto del veneno de mi familia, el mismo que había acabado con la vida de tantos guerreros. El secreto del antídoto nunca salió de nosotros. Quería avisarle, decirle que utilizarían a los brujos contra sus lobos, pero no podía. No era su verdadera madre y, por ello, no podía comunicarme con él como toda loba haría con su hijo.Intenté contener las lágrimas al escuchar cómo los aullidos crecían en intensidad, sincronizados con el sonido de los pasos. Eran muchos y avanzaban con decisión. Cada movimiento allá afuera parecía anunciar la violencia que estaba por desencadenarse. Mi corazón lat&ia
KAESAR:Lancé un aullido advirtiendo a todos en mis territorios que debían cuidar de mi madre. Se escuchaba en todo mi dominio mientras entregaba a Arteón a los guerreros y corría con todas mis fuerzas hacia mi territorio. Mi Luna me alcanzó y me hizo detenerme. —Dame tu mano —me pidió, y fue entonces que recordé. El sortilegio. —Piensa en el lugar donde crees que está la Luna Artemia. A pesar de que Rufén me había dicho que ella había asesinado a mis padres, había algo en mí que se negaba a aceptar que la mujer que me había criado, que había estado conmigo todos estos años, fuera esa cruel persona que decían. Tenían que haber cometido un error. Aparecimos en sus aposentos, en su habitación, y escuchamos voces airadas afuera. Las reconocí al instante: eran mamá y la
KAESAR:Mi voz resonó en el aire como un rugido lleno de furia y desesperación. La escena frente a mí era un nudo caótico de emociones y confusión. Artea yacía en el suelo, con ambas manos aferradas a su garganta, como si algo invisible la estuviera estrangulando. Su rostro estaba pálido y sus ojos, desorbitados, miraban con una mezcla de incredulidad y agonía hacia mi madre.Mamá se giró hacia mí, petrificada al verme allí de pie, y reconocí en su mirada algo que jamás había visto antes: miedo. No hacia mí, sino hacia lo que acababa de hacer. —¡No querías que ella hablara, pero esto es peor! —mi tono era una mezcla de rabia y decepción mientras daba un paso hacia ella, sin saber si ir a ayudar a Artea o enfrentar a la mujer que decía protegerme. —¡No lo entiendes, Kaesar! —dijo mi
KAELA: Papá me había obligado a volver. Después de tantos años viviendo entre humanos, lo exigió. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que me convertí en loba que ya ni siquiera recordaba cómo se sentía. Me había despojado de mi esencia con tal de cerrar las heridas. Por desgracia, jamás logré que sanaran. El camino hasta la casa estuvo marcado por el silencio. Una figura esperaba en el porche: mi madrastra Artea. De lejos, su sonrisa parecía un intento forzado de cordialidad. —Vaya, pero si no es nuestra lobita perdida —dijo, cruzando los brazos—. Pensé que llegarías antes. No respondí. No iba a darle el placer de provocar una reacción. Subí los escalones mientras ella me observaba. Sin dejar de sonreír y con el tono de quien emite una sentencia, lanzó lo que ya sospechaba: —¿Lista para casarte? ¿Te acuerdas de lo que es ser una loba? Ahí estaba el verdadero motivo por el cual mi padre había insistido tanto en que regresara. Mis dedos se crisparon, pero hice ac
KAESAR: Mi lobo, Kian, no me dio tregua durante todo el día. Desde el amanecer, se retorcía con una inquietud que no lograba descifrar. Su urgencia crecía con cada minuto, impidiéndome concentrarme, mucho menos disfrutar de la cena que me había servido. Al final, me rendí. Me transformé, dejando que Kian tomara el control. La ventisca era cruel, la nieve caía con fuerza, cubriendo cada centímetro del bosque. Pero Kian corría con determinación, sin importarle el frío que cortaba como cuchillas ni las ramas que arañaban mi pelaje mientras pasábamos a toda velocidad entre los árboles. Sabía a dónde iba, aunque me costara admitirlo. Reconocía esa dirección. A cada zancada, la verdad se volvía más clara en mi mente: el refugio de la madre de Kaela. Mi respiración se agitó. ¿Había vuelto? ¿Después de tantos años buscando señales, podría ser cierto? El pensamiento me estremeció tanto que incluso Kian disminuyó su marcha un instante. Recordé aquel pacto con el Alfa Ridel, su padre. La