127. LOS DEMONIOS DE MI LUNA
KAESAR:
La noche se había adueñado del bosque, como un manto oscuro que cubría cada árbol, cada sombra. El aire se tornaba más pesado, impregnado de la magia que solía ser nuestro refugio. Mis garras se rasguñaban contra el suelo, resonando con cada paso como un eco ancestral, como si la tierra misma fuera consciente de nuestra misión.
El aire se tornó pesado y cargado de un olor metálico: sangre. No hacía falta concentrarme mucho para identificar que pertenecía a Kaela. Mi corazón se agitó, y el rugido de Kian resonó en mi interior como un tambor, incitándome a no detenerme.
—Más rápido —exigí, sintiendo cómo nuestras patas golpeaban la tierra húmeda con furia y desesperación. Al avanzar entre las sombras, sentí el susurro del viento; las criaturas del bosque reaccionaban a nuestra rápida carrera. Parecían saber que el tiempo se acortaba. El enlace de Kaela me guiaba como un faro. Cada latido de mi corazón resonaba con la promesa de encontrarla, de salvarla. Ni el frío ni la maleza