Clara apenas tuvo tiempo de procesar lo que pasaba. Gonzalo volvió a agarrarla del brazo, y la puso contra la pared. Guardó el móvil del bolsillo y la miró a los ojos, con la mandíbula tensa.

—No juegues conmigo, Clara —espetó.

—¿Cómo…? —balbuceó.

—Eso mismo quiero saber —gruñó él, bajando el brazo, pero sin apartar la mirada—. ¿Cómo es posible que lo hayan tenido antes que nosotros?

—¿Me estás acusando?

—¡Estoy buscando respuestas! —explotó—. Y resulta que la única persona que tenía acceso a todo el material, fuera del equipo, eras tú. Tú, Clara.

Ella retrocedió un paso. El pecho le subía y bajaba con rapidez.

—No puedo creer que pienses que sería capaz de eso —susurró, dolida—. Después de todo lo que hicimos juntos… de todo lo que compartimos.

—¡Precisamente por eso! —replicó él, casi con desesperación—. Porque compartimos todo, porque te dejé entrar en mi vida, en mi cama, en mi maldita cabeza… y ahora todo se viene abajo. ¡Tengo al consejo respirándome en la nuca! Y tú… tú...

—¡No