El bullicio ya se había apagado en la pastelería. Martina estaba con Clara en el fondo, intentando calmarla mientras Mateo y Gonzalo se habían ido a regañadientes tras el altercado.
Paula, sin embargo, estaba en la trastienda, rebuscando en su botiquín de primeros auxilios con una furia muda. El culpable de su estado de ánimo estaba sentado en una silla, con el ceño fruncido y una ceja partida.
—No me mires así —dijo Paula sin mirarlo, sacando un algodón empapado en alcohol—. Te lo buscaste.
—No le toqué primero —gruñó Javier—. Pero no iba a quedarme de brazos cruzados mientras ese capullo gritaba a una mujer.
—¿Y tú qué sabes de Clara? —espetó Paula, acercándose con la torunda.
—Lo suficiente para saber que no merecía eso.
Paula se detuvo un segundo, sorprendida por la firmeza de su voz. Luego le tomó la cara con una mano y le pasó el algodón con decisión. Javier contuvo el quejido, aunque sus músculos se tensaron.
—Aguanta como un valiente, ¿eh? —dijo ella, con media sonrisa.
—¿Disfr