Antes de llegar junto a Paula y Martina comenzó a sentir náuseas. Necesitaba aire. Necesitaba… escapar. Pero el aire era espeso, caliente, lleno del perfume de las flores y del peso de una mirada que seguía clavada en su espalda.
Gonzalo.
Volvió a sentir ese nudo en el pecho, la mezcla brutal entre amor y rabia. No podía perdonarlo. No así. No tan pronto. Miró al costado y vio la puerta que iba hacia la terraza, caminó sin hacer caso de nada al salir sintió el aire fresco, los aspiró con profundidad y se acercó a la baranda, se perdió mirando el lujoso jardín. Ese no era su ambiente.
Escuchó pasos detrás de ella y se giró con la esperanza de que no fuera él. No lo era. Martina y Paula cruzaban el umbral de la terraza, con sus vestidos elegantes, pero con esa expresión de “tenemos que hablar” que conocía demasiado bien.
—¿Estás bien? —preguntó Paula, acercándose con cuidado.
—¿Tiene pinta de estar bien? —murmuró Martina, cruzándose de brazos.
Clara se apoyó contra la barandilla, las ma