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Capítulo 2 – Choque de autoridad

El segundo día empezó igual de temprano que el primero, pero con un nudo en el estómago más grande. No solo porque sabía que Ginevra estaba ahí, implacable, sino porque me sorprendí a mí mismo pensando en ella más de lo que debería. Y eso era peligroso.

El estudio estaba tranquilo, apenas unos cuantos empleados trabajando en sus proyectos. Me acerqué a los planos que ella había revisado ayer, intentando concentrarme, pero no podía evitar robarle miradas de reojo. La forma en que se inclinaba sobre los planos, cómo tomaba notas con precisión, la manera en que su cabello caía sobre el hombro… todo era hipnótico.

—Leandro —dijo, interrumpiendo mi distracción con esa voz firme y cautivadora—. ¿Qué estás mirando tanto?

Me sobresalté y levanté la vista. Ahí estaba ella, verde, intensa, penetrante… y claramente consciente de mí. Mi corazón se aceleró; había quedado atrapado.

—E-eh… nada —balbuceé, tratando de desviar la mirada, pero era demasiado tarde.

Ella arqueó una ceja, un ligero brillo de diversión asomando en su mirada. Dio un paso hacia mí, cruzando apenas mi campo visual, y señaló con suavidad uno de los planos que yo sostenía:

—Nada, ¿eh? Porque parecía que estabas estudiando cada detalle… de mi —dijo, con un tono juguetón y un toque de desafío.

Mi cara se calentó. Intenté concentrarme en los planos, pero su presencia lo hacía imposible. La mezcla de desaprobación y diversión en su mirada me dejaba sin palabras.

—Me… estaba concentrando en los planos —dije torpemente, intentando mantener la compostura.

Ella suspiró y volvió a inclinarse sobre los suyos, como si nada hubiera pasado, pero la curva de su sonrisa delataba que no se había olvidado de mí.

—Concéntrate en los planos, Leandro. No en mí —dijo, pero su tono tenía un dejo de complicidad que me hizo saber que estaba jugando conmigo tanto como yo con ella.

Me incliné sobre los dibujos, pero no podía dejar de sentir esa tensión. Cada gesto suyo, cada movimiento, cada mirada que cruzaba conmigo sin realmente tocarme… me tenía atrapado.

Una enorme erección se dibujaba en mis pantalones, así que hice lo único que podía hacer, y eso era huir. Ni siquiera me disculpé, solo salí como alma que lleva el diablo y me encerré en uno de los cubículos del baño a esperar que a mi amigo le diera por volver a la normalidad.

Intenté imaginarme de todo, pero no funcionó porque mi mente solo iba a Ginebra y sus enormes tetas.

Volví una media hora después, ella no me miró y tampoco me preguntó a donde había ido, así que agradecí su desinterés en el mundo y sobre todo, en mí.

Cuando llegó la hora de almorzar, me levanté con la esperanza de encontrar un momento de respiro. Pero, como era de esperarse, Ginevra no apareció. Ni un suspiro, ni un gesto, ni siquiera una señal de que tuviera hambre.

Mis compañeros me miraron mientras me acercaba a la mesa compartida. Había un par de sándwiches, algunas ensaladas y tupperware improvisados de todos los días. Me senté, todavía intentando digerir la mañana y, sobre todo, mi primer choque con la jefa.

—Oye, Leandro —dijo uno de ellos entre mordiscos—. ¿Ya almorzaste con la jefa?

—No… todavía no la he visto comer —respondí, algo sorprendido—. De hecho, no la he visto comer nada.

Todos rieron.

—Exacto —dijo otro, señalando con complicidad—. Ella no almuerza con nosotros ni con nadie. A veces creemos que no es humana. No la ves comer. Ni un café con croissant, ni un sandwich rápido… nada. Solo la vemos consumiendo Coca-Cola Zero todo el día.

—¿Coca-Cola Zero? —pregunté, tratando de no reír—. ¿Todo el día?

—Sí —dijo el primero, con aire conspiratorio—. Tal vez los extraterrestres como ella solo beben eso. Te juro que a veces pienso que tiene un panel solar oculto en la espalda y que se alimenta de luz natural y burbujas de cola.

Todos estallaron en carcajadas. Yo no pude evitar sonreír también. Era ridículo, y al mismo tiempo, completamente en línea con la imagen que Ginevra proyectaba: perfecta, inalcanzable, casi mítica.

—Vaya… —dije, medio serio, medio divertido—. Entonces no solo es estricta y aterradora, sino que además… es una especie de extraterrestre.

—Sí, exacto —dijo uno mientras levantaba su lata de Coca-Cola—. Nunca sabes si vas a trabajar con una arquitecta increíble… o con alguien que podría abducirte para probar su menú de burbujas.

Mientras reía con ellos, no podía dejar de pensar en Ginevra. La había visto solo unas horas, pero ya había logrado algo que pocos: dominar todo el estudio sin comer, sin hablar demasiado, y dejando claro quién mandaba, incluso desde su ausencia en el almuerzo.

Suspiré. Esto solo hacía que mi admiración por ella creciera… y que, de paso, me sintiera más pequeño. Y un poco más curioso sobre esos misteriosos hábitos de consumo de Coca-Cola Zero.

La tarde continuó con la reunión programada. Todos estábamos reunidos alrededor de la mesa grande del estudio, revisando planos, presupuestos y detalles de materiales. Yo trataba de tomar nota sin perder de vista los movimientos de Ginevra. Cada vez que hablaba, todos guardaban silencio; su presencia imponía una mezcla de respeto y un poco de miedo.

De repente, la puerta se abrió ligeramente y su secretaria asomó la cabeza, con una bandeja en la mano.

—Señorita Valentini, ¿le traigo algo de comer? —preguntó, con esa voz suave y profesional que parecía anticipar cualquier respuesta.

Ginevra apenas levantó la mirada de los planos y respondió con naturalidad:

—Yogur y granola serán suficientes.

Nada más. Ni un “gracias”, ni una sonrisa, ni siquiera un comentario sobre la hora o el hambre. Simplemente yogur y granola. Como si fuera lo más lógico del mundo.

Me recosté ligeramente en mi silla, intentando no mostrar lo sorprendido que estaba. Perfecto. Nada de comida elaborada, nada de café caliente, nada de snacks como los demás mortales. Solo yogurt y granola. La perfección también pasaba por la dieta, aparentemente.

—¿Y nada más? —preguntó uno de mis compañeros con un toque de humor—. ¿Ni un café para nuestra extraterrestre?

Ginevra no respondió. Ni siquiera levantó la cabeza. Su secretaria asintió ligeramente y salió del despacho para cumplir la orden.

Mientras todos se reían discretamente, yo no podía dejar de mirarla. La veía moviéndose entre planos y notas, impecable, inmutable, y pensaba: este es otro nivel. No solo trabaja como nadie, sino que incluso su alimentación parece calculada para mantener esa aura de control absoluto.

Suspiré, intentando concentrarme en la reunión. Pero no podía evitar preguntarme qué otras peculiaridades ocultaba la mujer que acababa de demostrar, otra vez, que no era como nadie más.

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