El murmullo está ahí antes de que bajen del auto. Paparazzis apostados frente al restaurante, flashes que se disparan incluso con el sol brillando en lo alto, y un mar de ojos curiosos que se giran en cuanto reconocen la figura de Ethan Kane.
Va vestido con una elegancia discreta: camisa blanca, pantalones de lino gris, gafas de sol oscuras. Pero es Ava quien acapara toda la atención.
La niña, con un vestido azul marino de volantes y trenzas mal hechas que insisten en soltarse, camina junto a él como si fuera la cosa más normal del mundo.
No parece afectada por los gritos, las cámaras ni la mujer que exclama algo como: "¡Es su hija! ¡Es igual a él!"
Ethan había intentado aplazar la situación lo más posible, pero, después de haber transcurrido más de un mes desde que la noticia de que era padre y toda la situación del problema judicial por la custodia de Ava, no pudo evitarlo más.
Ava era una niña y, por muy grande que fuera la casa en la que vivía ahora, estaba cansada de estar todo