La puerta se abre con un golpe seco que retumba en todo el departamento. Clara, que estaba en la cocina calentando leche para Ava, deja caer la cuchara que sostenía.
El sonido metálico contra el suelo parece un eco distante frente al vendaval de emociones que le atraviesa el pecho.
Ethan entra como una sombra viva: despeinado, con la barba sin afeitar, la misma ropa del día anterior arrugada y con manchas de café. Las ojeras profundas y el gesto desencajado lo hacen parecer un hombre roto, y eso la asusta más que cualquier pelea.
Clara cruza el umbral hacia la sala con pasos firmes, pero por dentro es todo un terremoto.
—¿Dónde estabas? —pregunta, con una calma que no le pertenece.
Ethan se detiene en seco, la mira con los ojos cansados, apagados.
—En la oficina. Luego en el auto. Después en cualquier parte donde no tuviera que ver esa imagen en mi cabeza.
—¿Y pensaste que lo mejor era no venir? ¿Desaparecer? ¿No contestar? Ava preguntó por ti toda la tarde de ayer. Se quedó dormida