2. ¿Para que me compró?

Si había algo que Irina debía agradecer en esta vida, era que fuera Asad quién la comprara esa noche, cuando la vistieron con una prenda de lencería que le quedaba algo grande y la subieron a una tarima para subastarla como si fuera ganado.

Su precio de salida fueron 5000 dólares que se incrementaron en varios cientos de miles.

Era demasiado joven como para estar preparada para que un hombre la tocara, incluso para que lo hiciera uno que hubiera elegido ella misma, aun así, allí estaba, demasiado asustada como para dejar de llorar mientras la llevaban, casi a rastras, hasta la habitación donde la esperaba el hombre que la había comprado.

Recordaba perfectamente estar temblando cuando cerraron la puerta y la dejaron allí.

Él era atractivo, cabello moreno, ojos igual de negros, mirada imponente, grande y elegantemente vestido.

La observó con cierta incomodidad y caminó hasta donde la joven se mantenía en pie frente a él, abrazándose a mí misma como si eso pudiera protegerla de algo.

— ¿Cómo te llamas?— Fue lo primero que dijo.

Su voz era potente por naturaleza tanto como su apariencia, pero de algún modo él parecía querer suavizarla al dirigirse a la joven, como si no quisiera asustarla mientras se quitaba la chaqueta del traje y la observaba detenidamente.

Su cercanía hacía que todo su cuerpo temblara de miedo y, a pesar de que las lágrimas empezaron a brotar de nuevo de los ojos de Irina, le hizo caso.

¿Qué otra opción tenía?

El único consejo que le habían dado las otras chicas era que no se resistiera o sería peor.

De todas las cosas inimaginables que creyó que ese hombre le haría, lo que sucedió era lo único que no se le había pasado por la cabeza.

Puso su chaqueta sobre los hombros de Irina y abrochó todos los botones de forma paternal, él era tan grande y ella tan poca cosa que aquella prenda le quedaba a la altura de las rodillas.

— Ninguna chica de tu edad debería estar prácticamente desnuda frente a un hombre — aseguró llevando los pulgares a sus ojos y secándole las lágrimas con delicadeza—. Eres hermosa, un ángel, incluso con el rostro hinchado por haber llorado a saber cuánto tiempo — negó y se alejó de ella para devolverle su espacio —. Deja de llorar, no voy a hacerte daño, tengo muchos crímenes a mis espaldas, pero abusar de niñas no es, ni será nunca uno de ellos.

— ¿Y entonces para qué me compró?— se atrevió a preguntar Irina, algo confundida por la situación.

— Para darte la vida que mereces, tú serás mi arma perfecta — sonrió de un modo que le dio escalofríos, luego le tendió la mano con la intención de que la agarrara y Irina lo hizo — Vámonos de aquí.

Y no mentía, Asad realmente moldeó a Irina a su antojo hasta que ella se convirtió en esa arma perfecta que tantas veces le había repetido que era.

La presentó al mundo como su protegida, la niña huérfana de un socio europeo que, en un acto de caridad, decidió resguardar bajo su cuidado.

La recibió en su hogar como una más de su familia, sin hacer diferencias con los dos hijos biológicos que ya tenía, ambos varones y algo mayores que ella.

Amir, cinco años mayor, y Saíd, tres años mayor, eran hijos respectivamente de su primera y su segunda esposa.

Cualquiera que observara a Asad con ellas podía diferenciar el cariño que le tenía a la segunda, con el amor que le procesaba a la primera.

Esa fue la razón por la que, a pesar de ser un hombre muy rico y con derecho a casarse con dos esposas más, jamás lo hizo.

Todavía podían sentirse los celos y el rencor cada vez que su esposa presenciaba algún gesto de Asad con la madre de su segundo hijo.

No la amaba del mismo modo, eso estaba claro, seguramente había sido un simple matrimonio de conveniencia.

Pero la ley decía que había que dar y tratar a cada una de las mujeres, con las que un hombre se casaba, de igual manera y Asad, a su extraña forma de ver la vida y bajo sus normas, era un hombre justo, sobre todo cuando se trataba de sus esposas, aunque también era posesivo y celoso de lo suyo.

La segunda esposa de Asad jamás vio a Irina con buenos ojos, siempre creyó que era la hija de una supuesta amante rusa que su esposo había tenido escondida.

Pero, a pesar de eso, Asad jamás negó su primera versión, donde Irina era hija de uno de sus socios.

Tal vez se protegía a sí mismo y prefería que nadie supiera la clase de sitios que frecuentaba o quizá, nunca quiso que pudieran ver a Irina como una esclava.

Como ella explicó, las formas en que Asad creía que debía protegerla eran realmente extrañas.

Pero fue tan ingenua como para pensar que volvía a tener una familia…

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