Desde la última vez que supo de Rowan, Nadia no había recibido ni un mensaje, ni una llamada, ni siquiera una señal casual. Ella no quiso incomodarlo bombardeándolo de mensajes y preguntas, después de todo, había sido él quien, sin cuestionarlo, transfirió cinco millones de dólares a su cuenta con una naturalidad tan abrumadora como inexplicable. Desde entonces, el tiempo pasó sin noticias del otro.
Esa tarde, mientras estaba sentada en su habitación con el móvil entre las manos, deslizando el dedo sin rumbo fijo, un titular captó su atención. No era llamativo, no era escandaloso, pero había una palabra que la hizo detenerse.
"Rumores de inestabilidad en conglomerados familiares de alto perfil", decía el encabezado. Un poco más abajo, en una nota breve, se mencionaba que algunas estructuras empresariales históricas comenzaban a mostrar grietas en el mercado. Se hablaba de nombres conocidos, entre ellos, uno que la hizo entrecerrar los ojos: Kohler.
Nadia se irguió levemente en el bord