El vestido me aprieta justo en el pecho. No porque esté mal ajustado, sino porque siento que no puedo respirar.
La gala benéfica es en un hotel de lujo, uno de esos donde todo huele a dinero viejo y poder bien maquillado. Las luces titilan como estrellas falsas, las risas suenan forzadas, y cada mirada parece juzgar.
Liam me ofrece el brazo con esa sonrisa de manual que aprendí a odiar… y también a admirar.
—¿Lista? —pregunta.
No. Pero asiento.
Salimos del auto con los flashes recibiéndonos como cuchillos. Los gritos de los reporteros nos envuelven como una ola.
—¡Liam!
—¡Zoé, míranos!
—¿Es cierto que tu matrimonio es solo un contrato?
—¿Qué opina la familia de Liam?
—¡¿Clara va a dar declaraciones?!
Mi columna se tensa al escuchar ese nombre. Y entonces, la veo.
Clara.
Está al otro lado de la alfombra roja, vestida de rojo, como si supiera exactamente cómo incendiar la noche. Sonríe para las cámaras como si nunca hubiera roto el corazón de Liam en pedazos… o al menos, como si le dier