Amy corría tras la camilla en donde llevaban a John, estaba desesperada, sollozando, viendo como aquel hombre, el hombre que ella tanto amaba, estaba recostado en esa cama, tan frágil y vulnerable como nunca lo imaginó.
—¡John! —exclamó recargándose a la pared, cubierta de llanto, estaba temblorosa, pero el doctor apareció ante ella y comenzó a hacerle preguntas.
—¿Su esposo es alérgico a algo que haya ingerido en las últimas veinticuatro horas?
Amy negó.
—No, Kenneth nunca ha sido alérgico a nada, siempre fue muy sano.
—¡Es alérgico a las nueces! El pastel que comió contenía nueces.
Amy miró a Natalie, confusa.
—¿Qué dices, mujer? No, Kenneth nunca ha sido alérgico a las nueces, amaba el pastel escocés, ¿Cómo podría comerlo siendo alérgico a las nueces? —exclamó Amy.
El doctor las miró con duda.
—¿O es alérgico, o no? —exclamó el doctor.
—Lo es, juro que lo es, John es alérgico, quizás se curó, quizás le volvió la alergia.
—¿Es eso posible? —exclamó Amy.
—Ahora lo importan