Afuera, se podía escuchar el sonido de la lluvia caer sobre el tejado. Afuera de la habitación, él podía escuchar con claridad la vocecita de Tomás jugando con Sernuno, el centinela que le había creado para que se estuviera tranquilo mientras los adultos se preocupaban por cosas que el niño no tenía porqué saber.
Mientras tanto, adentro, entre los brazos de Lilly se estaba muy cálido y a gusto. Tanto así que no pudo evitar esbozar una tenue sonrisa al recordar las palabras de Lawrence en aquella mañana:
«¿Qué me darás por una yegua y su potrillo?»
Se había referido a Lilly y a su sobrino. A Brishen no le cabía dudas de que Lawrence ya estaba al tanto de lo que Xamara había dicho cuando él se interpuso para defender a Lilly.
Y, debía reconocer que esa estúpida mala bruja estaba en lo cierto: Ya le había echado el ojo a “la yegua que tenía un potrillo”. Aunque él odiaba con toda su alma esa expresión tan despectiva, la verdad era que deseaba tenerla solo para él.
Si por él fuera, le d