—¡Ay!¡Beltrán! Me haces daño — exclamó Xamara con súplica cuando él la tomó por el cabello.
Ese quizás era el único pecado que le podía atribuir a ese brujo. Era agresivo. Cuando menos lo esperabas, él solía tener esas reacciones y más. Pero, tampoco ella podía decir que no se lo justificaba. Al fin de cuentas, nadie era perfecto.
Además, un hombre como él tenía que imponer respeto. De ser necesario, usar la fuerza para meter en vereda a quien fuera. Como a su hermana, Lorette, que era una mocosa caprichosa y engreída. A esa le hacía falta un hombre como Beltrán para que la hiciera madurar.
Por eso, Xamara, sabía que él era la mejor opción de marido para cualquier buena gitana que se precie. Por eso, también sabía que no tenía derecho a molestarse por ese golpe en la espalda que él le acababa de dar. Porque ella era una tonta y se lo merecía.
—¿Qué dijiste qué, imbécil?— preguntó Beltrán mientras la tiraba sobre el suelo del carromato y le ponía el pie sobre el estómago —¿Estás seg