Su vida había vuelto a la normalidad. Camila estaba de nuevo inmersa en el ajetreo de las sesiones fotográficas, posando para una de las marcas que la habían llevado al éxito. No estaba enferma, no realmente. Lo suyo era cansancio del alma… una mezcla de ira y frustración por la actitud de Valentina y la reacción de la familia Herrera, que solo le provocaban dolor de cabeza.
Ya sabía lo que era ser rechazada por los padres de Alejandro. Lo había vivido antes, en el pasado.
Aun así, Camila lo había intentado todo. Se había esforzado por encajar, por ser digna de estar a su lado. Desde que ganó aquel concurso juvenil —“El rostro favorito del año”—, el mundo del modelaje se convirtió en su destino. Supo desde entonces que esa sería su vida.
¿Y acaso su profesión la volvía indigna de pertenecer a la familia Herrera? ¿De amar a Alejandro? No. Porque su amor era sincero, entregado, total. Aunque la herida del matrimonio de Alejandro siguiera abierta, ella lo amaba igual que siempre.
“Mientr