Sin embargo, lo que vio la dejó sin palabras.
Camila, en lugar de enfurecerse, sonrió. Una sonrisa luminosa, casi infantil, floreció en sus labios. Sus ojos destellaron como si acabara de recibir un regalo largamente esperado.
—Por fin ha llegado lo que tanto esperaba —murmuró con un tono travieso—. ¿Dónde tengo sesión mañana?
Sofi, nerviosa, buscó en su teléfono la agenda del día siguiente.
—Eh… no tiene nada programado, señorita. Solo una cena con la gente de Scarletta, para hablar de la renovación del contrato.
—Perfecto —asintió Camila, ya imaginando el momento—. Llama a Anne. Quiero un vestido nuevo para esa noche.
Valentina, por su parte, no paraba de gruñir. Había perdido la cuenta de las veces que había soltado maldiciones en la última hora. El desayuno con Doña María y Alejandro había transcurrido con normalidad: risas suaves entre suegra y nuera, y el silencio acostumbrado del hombre que apenas abría la boca mientras comía lo que los cocineros habían preparado.
Aunque Valent