Kevin se acercó a ella y se colocaron juntos frente al fuego, mientras la leña crepitaba y el aroma de las flores se mezclaba con el del humo. Las palabras que pronunciaron fueron simples y ancestrales, y a pesar de la cantidad de bodas a las que había asistido, la señora Winters se secó las lágrimas de los ojos.
« Juro amarte, honrarte y respetarte».
«En la riqueza y en la pobreza».
«Y prometo serte fiel».
Kevin le colocó un anillo muy sencillo, una simple banda de oro que le quedaba demasiado grande, y al mirarlo Laurent sintió que algo crecía en su interior, algo lindo, dulce y tembloroso. Entrelazó los dedos con los suyos, y repitió las mismas palabras con una sinceridad que provenía directa del corazón.
—Puede besar a la novia —dijo el juez.
Kevin ni siquiera lo oyó. Ya estaba hecho, era irrevocable, y hasta ese momento no se había dado cuenta de cuánto significaba para él.
Con la mano de Laurent aún en la suya, la besó y selló la promesa.
—Felicidades —la señora Winters posó sus