El rechazo de Jade a su esposo fue inevitable, no miraba a nadie a la cara y se la pasaba encerrada, llorando sin parar. Rechazaba la comida y en ocasiones perdía un poco la razón, tenía pesadillas de aquellos días y terminaba gritando de miedo, aun así no quería a Alastor cerca de ella, ni siquiera se le podía acercar mucho.
Olivia y Arlo eran los únicos que podían consolarla y trataban de darle ánimo. Olivia la ayudaba a ducharse porque la depresión le estaba pegando duro y no quería hacer nada, simplemente estar acostada, decía que esa era la única manera de no estar triste.
Alastor sufría mucho su rechazo, se sentaba en la puerta y le hablaba, pasaban días y no la veía y de vez en cuando ella se paraba en el balcón dos o tres minutos al día, para sentir el sol en su piel y desde ahí la veía con miedo a que se intentara lanzar.
—Jade, ¿quieres ver el huerto que sembré?, así ves lo hermosa que está quedando la casa, además tienes mucho tiempo aquí encerrada, estás pálida—. Olivia en