El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando Dante abrió los ojos. La habitación estaba en penumbras, las gruesas cortinas bloqueaban la mayor parte de la luz de la mañana, pero aun así, podía distinguir los contornos familiares de su espacio. Todo estaba en su lugar, todo igual que siempre.
Y, sin embargo, sentía que algo no estaba bien.
El peso en su pecho era molesto, como un vacío difícil de ignorar. Era un sentimiento extraño. No se trataba de los problemas que se acumulaban como una bomba de tiempo en su cabeza: la incertidumbre entre los clanes, la tensión que crecía día a día. No, era otra cosa.
Svetlana.
Su nombre cruzó su mente como un susurro.
Dante frunció el ceño, pasándose una mano por el rostro, tratando de despejar el aturdimiento que aún pesaba sobre él. ¿Cuánto tiempo hab&ia