Capítulo 259

La tarde se deslizó como una promesa sobre la villa Bellandi; la luz dorada tocaba las copas de los olivos y convertía en latón las hojas de los limoneros. Desde la ventana del despacho, Dante contemplaba ese mapa suyo: las casitas del servicio alineadas con pulcritud, los jardineros doblados en la tierra como si araran memoria, las vallas bien tensas que marcaban el perímetro, el gran teatro que había mandado construir para Svetlana alzándose, solemne, y, más allá, el mar expandiéndose en una franja indecisa entre azul y humo. Todo parecía respirar en silencio, todo obedecía a un orden que él mismo había escrito con mano dura y decisiones frías.

A sus pies, en los jardines, un guardia, distante, pasaba el control con los dedos como si repasara las teclas de un piano. La villa tenía ese aspecto de paz planeada que traicionaba su capacidad para la violencia: una belleza construida para disimular el latido de la bestia.

Fabio no dijo nada. Se quedó de pie a unos pasos, con las palmas ap
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