El aire en el cuarto de Leo estaba impregnado por el zumbido constante de las pantallas de los ordenadores, una luz fría y azul iluminaba su rostro mientras repasaba meticulosamente los archivos que había encontrado de las chicas rescatadas. Versano, por su parte, se mantenía en silencio, observando con una expresión seria desde una mesa en la esquina. Sabía que las respuestas que estaban a punto de descubrir cambiarían la dinámica en la villa Bellandi, y quizás mucho más.
—Aquí está todo lo que pudimos encontrar hasta ahora —dijo Leo, señalando la pantalla—. Son bastante complejas, pero ya tenemos una visión más clara. Algunas de ellas fueron vendidas a Puccini... fueron literalmente entregadas por sus familias. La pobreza en esos casos las hizo vulnerables.
Versano frunció el ceño. No le sorprendía, pero lo repugnaba. Sabía que la mafia operaba así, pero ver cómo la gente podía usar a sus propias hijas como moneda de cambio, eso lo llenó de furia.
—¿Y qué hay de las más grandes? —pr