La tensión en el aire era tangible. Los hombres de Dante se acercaron de inmediato a Yumi, con miradas protectoras, listos para intervenir en cualquier momento. Pero Svetlana, aunque preocupada, no podía quedarse quieta. Se acercó aún más a la chica, tomando su mano con suavidad. Yumi levantó la mirada hacia ella, los ojos llenos de gratitud, como si su presencia la aliviara, aunque no lo suficiente para calmar el torrente de emociones que la invadían.
Dante miró a su esposa con algo de frustración. Se estaba dejando llevar por su lado sensible, pero no podía ignorar la mirada que ella le lanzó. En ese instante, algo en él cambió, y la eufórica tensión de antes comenzó a desvanecerse. Hizo un movimiento leve con la cabeza, permitiendo que Svetlana estuviera más cerca de la chica, pero manteniendo su vigilancia.
Yumi, temblorosa, secó sus lágrimas con las manos, inspiró profundamente, y finalmente, comenzó a hablar, con voz temblorosa, pero llena de determinación.
—Sí... mi padre es el