La rutina volvía. De a poco. Los soldados se movían por los jardines, más relajados, aunque aún atentos. Las cocineras volvían a llenar los pasillos con el aroma a salsa y ajo.
Y Svetlana… Svetlana ya no tenía la mirada vacía.
Había tratado de pasar esos días encerrada junto a Dante, sentada a su lado, sosteniéndole la mano cuando dormía, pero no podía eludir su papel como líder del clan. Las reuniones con Asgeir no cesaban.
Los lideres de los clanes aliados querían saber qué venía ahora. Querían decisiones. Y a veces, sin siquiera notarlo, se encontraban mirándola a ella. Escuchando sus ideas. Asintiendo a sus palabras.
Svetlana, sin desearlo, sin pedirlo, sin darse cuenta, se había vuelto parte del engranaje del bajo mundo criminal.
—Tendremos que retomar la ruta del sur —dijo una noche, con voz firme, sin siquiera levantar la mirada de los planos extendidos sobre la mesa—. No podemos permitirnos perderla.
Asgeir asintió con lentitud.
La respetaban. Incluso algunos le temían un poc