Capítulo 195

Un pitido rítmico marcaba el tiempo, insistente, como el corazón de un animal herido.

Parpadeó. Dos veces.

Luego una tercera, más lenta.

La garganta le ardía como si hubiese tragado fuego. El pecho le dolía al intentar incorporarse. Su cuerpo, aún pesado, reaccionaba como si llevase siglos dormido. Pero estaba vivo. Un zumbido punzante le taladró el oído izquierdo, y sintió la lengua pastosa, seca.

Miró alrededor.

No había caras conocidas.

Solo el murmullo de un monitor cardíaco, y la sombra de una enfermera que desaparecía por una puerta que se cerró con un susurro.

—¿Dónde…? —La voz le salió ronca, hueca, ajena.

Intentó moverse. Un tirón de dolor le cruzó el abdomen. Apretó los dientes.

En ese momento, un hombre alto, de cabello castaño y gesto reservado, entró en la habitación. Llevaba un uniforme médico, bata abierta sobre una camisa clara. Su nombre, bordado en la pechera: Dr. Paolo Marchesi.

—Giovanni —dijo el doctor, alzando una mano, sereno—. No te muevas demasiado. Aún tienes
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